En un pueblo llamado Ventilville se encontraba un jĆ³ven llamado Jesse. HabĆa llegado junto a cuatro amigos a pasar una temporada de otoƱo/invierno. En este lugar no habĆa mucho movimiento, salvo el de algunos residentes allĆ, pero en cuanto a visitas, eran escasas.
Y tenĆan que proponerse quĆ© actividades realizar, el pueblo era similar a uno fantasma. Incluso en los mapas no aparecĆan mucha informaciĆ³n. Todo era cuestiĆ³n de explorar lo suficiente, como harĆa cualquier persona.
En bĆŗsqueda de lugares para comprar y entretenerse, un hombre mayor se les cruzĆ³ y aclarĆ³ que nunca se dirijan hacia la zona abandonada. Un lugar con negocios cerrados y en deterioro donde el paso del tiempo pareciera haber hecho estragos.
Los jĆ³venes curiosos no hicieron caso al alerta del hombre mayor y recorrieron la zona. Con lo que se encontrarĆan no hallarĆan respuesta alguna, y es que en cualquier mente sana, todo funciona de manera lĆ³gica.
Juntos decidieron hacer exploraciĆ³n urbana. La idea era la de recorrer lugares que pongan la piel de gallina, muy entusiasmados comenzaron la travesĆa. Y llevaban una cĆ”mara para captar ciertos momentos.
Comenzaron por algunas casas a las que se podĆa acceder fĆ”cilmente. TenĆan rastros de que el tiempo arrasĆ³ con ellas. Objetos, productos, estilo similares a dos o quizĆ”s tres dĆ©cadas atrĆ”s. Por suerte sus abrigos permitĆan taparse la nariz, el olor a humedad y vejez eran muy intensos, pero eso no los detuvo.
HabĆa un comercio, una especie de minimercado con los vidrios rotos y productos esparcidos por doquier, muchos faltantes pero a un costado se encontraba una mĆ”quina expendedora. Un cartel indicaba: "El placer incomparable de Lederits Gold a solo 25 centavos" . Llamativo pero no era muy buena idea tomar una de esas bebidas luego de tanto tiempo.
Uno de los jĆ³venes, bastante rebelde pateĆ³ la mĆ”quina esperando a que caigan algunas. No lo logrĆ³ pero al hacerlo la moviĆ³ y eso permitiĆ³ que se vea algo detrĆ”s. Era una puerta por donde entraba la claridad. Ellos con tiempo de sobra quisieron saciar su curiosidad, hicieron a un lado la mĆ”quina y vulneraron esa entrada. Daba a un patio grande, lleno de arbustos y pasto crecido.
Era el patio trasero a este minimercado, a suponer que podrĆa haber un estacionamiento alguna vez, gastadas marcas amarillas habĆan en su suelo. Iban a regresar pero a lo lejos ven un edificio alto y robusto. Tapados por arboles en su frente, decidieron avanzar hacia el.
Un cartel indicaba que se trataba del Hospital PsiquiĆ”trico de Ventilville, inaugurado en 1788. FuĆ© suficiente para querer recorrerlo. Sus puertas estaban cerradas con candado, sin embargo habĆan muchas ventanas a una altura posible para ingresar, tomaron esa entrada alternativa.
Jesse, voz de mando del equipo que conformaron para la exploraciĆ³n, declarĆ³ un punto de encuentro y se repartieron por distintos sitios. Apenas lo hicieron empezaron a suceder cosas extraƱas. Desde ruidos, murmuros hasta lamentos y gritos que no podĆan saber de donde provenĆan.
Esas voces eran bastante leves pero adentrĆ”ndose en distintas habitaciones, parecĆa incrementarse y a volverse mĆ”s habitual. Y los movimientos de cosas, caĆda de objetos y movimientos de sillas de ruedas no se hizo esperar. Esto puso de pelos de punta a los chicos, tal fue asĆ que decidieron unirse e ir todos por un lado.
Llegados a un sector del hospital, empiezan a aparecer sombras entre la penumbra pasando de un lado a otro o asomĆ”ndose sorpresivamente. Se trataba de personas que se habĆan suicidado alguna vez producto de su enfermedad mental que los hacĆa ver una realidad distorsionada. AsĆ aparecĆa esa informaciĆ³n en un diario tirado en el suelo, como si alguien quisiera dar cuenta de ese suceso.
Y los chicos comenzaban a sentirse extraƱos, no me refiero a las nauseas de estar en un lugar abandonado o al susto que uno se pueda dar. Era algo que jugaba con sus mentes, comenzaban a pensar incorrectamente, a imaginar y ver cosas que no estaban, como los padres de uno de estos chicos que de pronto se les derretĆa la piel hasta convertirse en huesos.
De los pocos cuerdos que habĆan, poco a poco iban a enfermar. Y sucediĆ³ que uno de ellos, el amigo mĆ”s Ćntimo de Jesse, agarrĆ³ la silla de ruedas, se dirigiĆ³ hacia las escaleras y se tirĆ³. Llantos desde unos pisos mĆ”s abajo se escuchaban, una agonĆa muy grande.
El tiempo logrĆ³ enloquecerlos a cada uno de ellos y nadie podrĆa detener esto porque no quedarĆa nadie consciente de sĆ mismo. Al final de cuentas, se unirĆan a ser los nuevos espectros de la penumbra de Ventilville, el hospital psiquĆatrico devorador de mentes.