Penumbras en el hospital psiquiátrico
- Vianka Kyteler
- 19 ene 2019
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 12 mar 2019
En un pueblo llamado Ventilville se encontraba un jóven llamado Jesse. Había llegado junto a cuatro amigos a pasar una temporada de otoño/invierno. En este lugar no había mucho movimiento, salvo el de algunos residentes allí, pero en cuanto a visitas, eran escasas.

Y tenían que proponerse qué actividades realizar, el pueblo era similar a uno fantasma. Incluso en los mapas no aparecían mucha información. Todo era cuestión de explorar lo suficiente, como haría cualquier persona.
En búsqueda de lugares para comprar y entretenerse, un hombre mayor se les cruzó y aclaró que nunca se dirijan hacia la zona abandonada. Un lugar con negocios cerrados y en deterioro donde el paso del tiempo pareciera haber hecho estragos.
Los jóvenes curiosos no hicieron caso al alerta del hombre mayor y recorrieron la zona. Con lo que se encontrarían no hallarían respuesta alguna, y es que en cualquier mente sana, todo funciona de manera lógica.
Juntos decidieron hacer exploración urbana. La idea era la de recorrer lugares que pongan la piel de gallina, muy entusiasmados comenzaron la travesía. Y llevaban una cámara para captar ciertos momentos.
Comenzaron por algunas casas a las que se podía acceder fácilmente. Tenían rastros de que el tiempo arrasó con ellas. Objetos, productos, estilo similares a dos o quizás tres décadas atrás. Por suerte sus abrigos permitían taparse la nariz, el olor a humedad y vejez eran muy intensos, pero eso no los detuvo.
Había un comercio, una especie de minimercado con los vidrios rotos y productos esparcidos por doquier, muchos faltantes pero a un costado se encontraba una máquina expendedora. Un cartel indicaba: "El placer incomparable de Lederits Gold a solo 25 centavos" . Llamativo pero no era muy buena idea tomar una de esas bebidas luego de tanto tiempo.
Uno de los jóvenes, bastante rebelde pateó la máquina esperando a que caigan algunas. No lo logró pero al hacerlo la movió y eso permitió que se vea algo detrás. Era una puerta por donde entraba la claridad. Ellos con tiempo de sobra quisieron saciar su curiosidad, hicieron a un lado la máquina y vulneraron esa entrada. Daba a un patio grande, lleno de arbustos y pasto crecido.
Era el patio trasero a este minimercado, a suponer que podría haber un estacionamiento alguna vez, gastadas marcas amarillas habían en su suelo. Iban a regresar pero a lo lejos ven un edificio alto y robusto. Tapados por arboles en su frente, decidieron avanzar hacia el.
Un cartel indicaba que se trataba del Hospital Psiquiátrico de Ventilville, inaugurado en 1788. Fué suficiente para querer recorrerlo. Sus puertas estaban cerradas con candado, sin embargo habían muchas ventanas a una altura posible para ingresar, tomaron esa entrada alternativa.
Jesse, voz de mando del equipo que conformaron para la exploración, declaró un punto de encuentro y se repartieron por distintos sitios. Apenas lo hicieron empezaron a suceder cosas extrañas. Desde ruidos, murmuros hasta lamentos y gritos que no podían saber de donde provenían.
Esas voces eran bastante leves pero adentrándose en distintas habitaciones, parecía incrementarse y a volverse más habitual. Y los movimientos de cosas, caída de objetos y movimientos de sillas de ruedas no se hizo esperar. Esto puso de pelos de punta a los chicos, tal fue así que decidieron unirse e ir todos por un lado.
Llegados a un sector del hospital, empiezan a aparecer sombras entre la penumbra pasando de un lado a otro o asomándose sorpresivamente. Se trataba de personas que se habían suicidado alguna vez producto de su enfermedad mental que los hacía ver una realidad distorsionada. Así aparecía esa información en un diario tirado en el suelo, como si alguien quisiera dar cuenta de ese suceso.
Y los chicos comenzaban a sentirse extraños, no me refiero a las nauseas de estar en un lugar abandonado o al susto que uno se pueda dar. Era algo que jugaba con sus mentes, comenzaban a pensar incorrectamente, a imaginar y ver cosas que no estaban, como los padres de uno de estos chicos que de pronto se les derretía la piel hasta convertirse en huesos.
De los pocos cuerdos que habían, poco a poco iban a enfermar. Y sucedió que uno de ellos, el amigo más íntimo de Jesse, agarró la silla de ruedas, se dirigió hacia las escaleras y se tiró. Llantos desde unos pisos más abajo se escuchaban, una agonía muy grande.
El tiempo logró enloquecerlos a cada uno de ellos y nadie podría detener esto porque no quedaría nadie consciente de sí mismo. Al final de cuentas, se unirían a ser los nuevos espectros de la penumbra de Ventilville, el hospital psiquíatrico devorador de mentes.
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